La Provincia de Buenos Aires tiene la ley más antigua, aprobada en 2001 y reglamentada en 2005, sobre la regulación de talles; sin embargo, el 75 por ciento de las marcas no la respeta.
"Los vecinos que tienen una talla que no se adapta a lo que socialmente se considera "normal", sufren a diario graves situaciones de discriminación al momento de querer adquirir indumentaria y no encontrar en los comercios talles acordes a su contextura física", manifestó el edil.
Esta medida deriva de una problemática fuertemente arraigada en la sociedad que tiene a la belleza como un valor subjetivo que se impone en la sociedad, obligando a sus habitantes a vivir bajo ciertos parámetros considerados como "normales" Aquí nada tiene que ver con la salud o bienestar del individuo, es más, existen en nuestro país legislaciones -nacionales, provinciales y municipales- que tratan sobre esta problemática desde el año 2001 y no hubo aplicación alguna, teniendo como referencia que 7 de cada 10 personas que van a comprar ropa, no consiguen en su talla (en su mayoría mujeres).
Lugli explicó "se habla comúnmente de «talle único» sabiendo que, así como no existen cuerpos iguales, es lógico pensar que no existe un talle que por sí mismo abarque todas las contexturas físicas. Las personas que requieran talles mayores, tienen que recurrir a locales llamados de «talles especiales»; así, no solo segmentan a parte de la población, excluyéndolos de los locales convencionales, sino que muchas veces tienen que pagar un precio mayor y conformarse con una oferta mucho más limitada, lo que constituye un gran acto de discriminación".
En general, las adolescentes son quienes más discriminadas se sienten en el mercado de la indumentaria. Justamente, para las jóvenes está hecha la ley que rige en la Provincia de Buenos Aires y, sin embargo, no se cumple, lo que repercute en otro derecho fundamental: la salud.
Esta controversia no solo se presenta cuando los locales no poseen el producto, sino que se hace evidente para quien acompaña o bien cuando desde la puerta de entrada se le informa que no hay ropa de su tamaño, que en ese local no puede consumir, sin siquiera consultar si la prenda es para uso personal u obsequio. Basta con poseer una contextura física distinta para que el trato varíe, la exclusión se haga presente y la vergüenza se apodere del cuerpo que abrió aquella puerta.